lunes, 10 de mayo de 2021

EL CUENTO DE LA NOCHE. Leyenda de Brasil

 

Leyenda de Brasil

Adaptado por: Beatriz Ferro

Ilustrado por: Amalia Cernadas

Esto sucedió al principio, cuando el mundo era nuevo y lustroso como una manzana. Por ese entonces, la tierra estaba lisita y todo brillaba a la luz del sol. Todo brillaba las veinticuatro horas del día porque no existía la noche: ¡Solamente el sol y el cielo celeste! Los hombres no habían visto nunca el cielo negro, ni las estrellas ni la luna; ni siquiera habían visto un atardecer. Tampoco sabían lo que es una lechuza, ni un zorrito cazador que sale de noche, porque no había animales nocturnos. Y tampoco sabían lo que es un gallo que canta a la mañana ni un perro que ladra a toda hora, porque los animales del día tampoco existían: no había un solo animal en la tierra. Cuando el mundo era nuevo, había un dios llamado Gran Serpiente. Vivía en la selva, en un palacio que tenía tres habitaciones muy grandes; en una vivía Gran Serpiente, en otra su hija que se llamaba Hija de Gran Serpiente y la tercera estaba enteramente ocupada por los tesoros del dios.

Un día, Hija de Gran Serpiente se enamoró de un hombre que vivía del otro lado del Gran Río, en la tierra de los hombres. Hija de Gran Serpiente se casó con él y se fue a vivir a la choza de su marido.

Fue muy feliz del otro lado del Gran Río. Su marido no tenía un palacio, pero sí tres servidores que se ocupaban de todo. Fue feliz hasta que, un día, se puso triste y empezó a mirar el cielo con impaciencia.

– ¿Por qué miras así, como si esperaras algo que no llega? –le preguntó el marido.

–Porque espero algo que no llega –contestó Hija de Gran Serpiente.

– ¿Y qué es?

– Es la noche –dijo Hija de Gran Serpiente–. ¡Ya casi me olvidé cómo es la luna!

– ¿Qué noche? ¿Qué luna? –preguntó el marido–. Esas deben ser cosas de dioses. Nosotros los de este lado del Gran Río, no sabemos qué es la noche.

Entonces Hija de Gran Serpiente quiso explicarle cómo era:

–Es una sombra más negra que tu sombra, una oscuridad más oscura que el fondo de un pozo. – ¡Entonces es muy fea! –dijo el marido.

– ¡No, es lindísima! Cuando llega la noche aparecen las estrellas brillantes y las ranitas cantoras.

– ¿Qué estrellas? ¿Qué ranitas? –preguntó el marido.

Hija de Gran Serpiente le contó cómo eran las estrellas y las ranas y continuó:

–La noche es una maravilla tan grande que mi padre, Gran Serpiente, la guarda entre sus tesoros, dentro de una caja de nuez de coco.

– ¡Entonces es un lujo! –exclamó el marido.

–Sí, es un lujo –dijo Hija de Gran Serpiente–. A veces, los días de fiesta, mi padre abría la caja de nuez de coco y la dejaba escapar muy despacio. Entonces empezaba la función: primero venía el atardecer, después la noche y después aparecía el lucero del alba que traía el amanecer. ¡Cómo nos divertíamos!

–Si es tan divertido, hay que pedírsela –dijo el marido.

Hija de Gran Serpiente estuvo de acuerdo con él. Entonces llamaron a los tres servidores y los enviaron a la otra orilla del río, a pedirle la caja de nuez de coco a Gran Serpiente. Los servidores partieron enseguida. Cruzaron el Gran Río en canoa, llegaron al palacio de la selva y le explicaron al dios que iban de parte de su hija a pedir que les prestara la noche. Gran Serpiente entró en el cuarto de los tesoros y al rato apareció con una cajita marrón.

–La noche está aquí dentro –dijo. Y les recomendó–: Llévenla con cuidado; recuerden que solamente mi hija debe abrir esta caja. Si ustedes dejan escapar la noche, todo estará perdido.

Los tres servidores prometieron obedecer, tomaron la cajita, hicieron grandes reverencias y volvieron a la canoa. Regresaban por el Gran Río, cuando, de pronto, oyeron unos ruidos misteriosos: “¡Cri-cri-cri!” “¡Chist-chist-chist!”. – ¿Escucharon? –Dijo uno de los hombres–. ¿Qué será eso?

                                           

El compañero tomó la nuez de coco, la acercó a su oreja y, después de escuchar con atención, exclamó: –¡Los ruidos salen de aquí, estoy seguro!

–¡Quién sabe qué habrá ahí dentro... es mejor no averiguarlo!

–opinó otro de los servidores, un hombre muy prudente.

Y siguieron navegando por el río. Pero los ruidos continuaban, cada vez más fuertes: “¡Cri-cri-cri!” “¡Chist-chist-chist!”.

Los tres servidores se miraron entre sí, muy intrigados. Uno de ellos tomó la caja y la sacudió, a ver si de esa manera dejaba de hacer ruido. “¡Cri-cri-cri!” “¡Chist-chist-chist!”. Los sonidos misteriosos no pararon.

El otro la revisó por todos lados, tratando de encontrar un agujerito para espiar adentro.

Pero estaba cerrada como un coco. Es claro que nosotros, que todas las noches vemos la noche y conocemos sus ruidos, sabemos que el “¡cri-cri-cri!” y el “¡chist-chist-chist!” no eran ningún misterio; eran el canto del grillo y el chistido de la lechuza encerrados en la caja. Pero aquellos hombres ni siquiera sabían que existían esos animalitos. Y se morían de ganas por descubrir el secreto del coco. Ya no pensaban en otra cosa: “¡Cri-cri-cri!”, “CRI-CRICRI”“¡Chist-chist-chist!” “¡CHIST-CHIST-CHIST!”

–Yo no aguanto más –dijo por fin uno de los hombres–.

Abrámosla de una vez.

–Buena idea –dijo otro–. ¡Ahora mismo!

–Recuerden lo que dijo Gran Serpiente –exclamó el más prudente de los tres–. ¡Si la abrimos todo estará perdido!

Pero ganaron los curiosos. Los hombres desembarcaron, prendieron fuego y, con el calor, derritieron la resina que cerraba la nuez, y la abrieron. Entonces ocurrió una cosa extraordinaria: de adentro salió una sombra larga y fina que subió y subió hasta el cielo en tirabuzón. A medida que subía y subía, la cinta de sombra se hacía cada vez más ancha y se extendía como una capa negra sobre el río, sobre la selva, sobre las montañas, sobre el campo, sobre la playa, sobre el mar; era la noche que se desparramaba por el mundo y cubría la mitad de la tierra.

– ¡La noche se tragó al día! –gritaron los tres servidores, muy asustados–. ¡Gran Serpiente se dará cuenta de que desobedecimos!

¡Y no pudieron decir mucho más porque, de repente, se convirtieron en monos! En monitos marrones, color nube de coco, con caritas negras como la noche que habían dejado escapar. Eso ocurrió en un segundo y, al mismo tiempo, sucedieron otras cosas increíbles: muchos objetos, y también algunos hombres, se transformaron en animales. Y así aparecieron los primeros animales sobre la tierra.

El pescador que iba en su canoa se convirtió en un pato: la canoa formó el cuerpo, los remos las patitas, y el pescador formó el cuello y la cabeza del pato. Las brasas del fuego se transformaron en un jaguar y una piedra se convirtió en coatí. Hija de Gran Serpiente y su marido enseguida se dieron cuenta de que los tres servidores habían dejado escapar la oscuridad de golpe, de que la noche andaba suelta, mezclándose con el día, transformando hombres y cosas en animales, asustando a la gente, haciendo locuras.

– ¡Ya no hay orden, todo está mezclado! ¡Todo está perdido! – gritó el marido–. ¿Cómo se arregla esto, Hija de Gran Serpiente? – ¡Ay ay ay! –se lamentó Hija de Gran Serpiente–. Arreglar el mundo es muy difícil, ¡yo solo sé arreglar nuestra casa cuando está desordenada!

Entonces el marido le dio ánimos, le pidió que pensara y, al fin, Hija de Gran Serpiente, que sabía muchas cosas por ser la hija del dios Gran Serpiente, dijo que intentaría hacer algo. Fue a buscar una madeja de hilo marrón, lo enrolló en un ovillo y lo espolvoreó con ceniza. Después, le dijo al ovillo:

–¡Tú serás el nhambú! Y el ovillo se convirtió en nhambú, una avecita parecida a la perdiz.

–¡Nhambú, nhambú, nhambú! –dijo tres veces Hija de Gran Serpiente–. Que empiece el orden: tú silbarás de noche y andarás con todos los pájaros de la noche.

 

                                           

El nhambú le hizo caso y empezó a silbar, porque le correspondía silbar a esa hora. Después, Hija de Gran Serpiente esperó.

Cuando el lucero del alba apareció en el cielo, fue a buscar hilos de colores; hilos rojos, verdes, negros, azules y amarillos. Después, los enrolló en ovillo y le dijo al ovillo: –¡Tú serás el cujubín! Y los hilos se convirtieron en el cujubín, que es una especie de gallito.

– ¡Cujubín, cujubín, cujubín! –dijo tres veces Hija de Gran Serpiente–.

Ya empezó el orden: tú cantarás cuando aparezca el lucero del alba. Cantarás muchas veces para espantar la noche, para que salga el sol.

El gallo miró al cielo y vio que había aparecido el lucero. Entonces aleteó muchas veces y cantó con todas sus fuerzas hasta que, por fin, aparecieron los primeros rayos del sol. ¡Ya no había peligro! ¡Viva Hija de Gran Serpiente, que ordenó el mundo como si fuera una casa!

El marido la abrazó y los dos bailaron de alegría. Desde aquella vez, en este lado del Gran Río y en todo el mundo hubo noches y días, y animales del día y de la noche, y flores que de noche cierran sus pétalos y “damas de la noche” que los abren y personas que dicen “¡Buenas noches!”. Hija de Gran Serpiente le mostró a su marido la luna y las estrellas; le enseñó las Tres Marías, las Siete Cabritas del cielo y ese camino de estrellas que se llama Vía Láctea.

Dicen que, al principio, todos los habitantes de la tierra dormían de día y se despertaban a la tarde para ver el atardecer, la noche y la madrugada. Y cuando aparecía el sol aplaudían como si hubiesen visto una gran función. Pero después se acostumbraron, como nosotros.

 

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