martes, 22 de febrero de 2022

EL MENSAJERO DEL REY de Mariana Kirzner. CAP. 3


                                                                       CAPÍTULO 3

El mensajero recorrió gateando de ligustro en ligustro el camino que lo separaba de la estatua del rey Valentiniano VI, el bisabuelo de la princesa. La observaba cada vez que llevaba algún mensaje al reino, y siempre pensaba lo mismo: “Qué tendrá este rey de valentiniano…sin los guardias, hubiera sido cobardiniano”, y por dentro se le delineaba una sonrisa. Pero esta vez no experimentó lo mismo. Permaneció agachado y casi embutido entre las piernas desnudas de la estatua del difunto rey.

Desde su ubicación, Alfonso podía ver el carruaje donde el hombre esquelético había arrojado la bolsa negra.

Le temblaron las piernas. Pero tenía que llegar hasta la bolsa.

Le temblaron las piernas y la cintura. Vio que el cochero conversaba con un guardia y el hombre huesudo parados frente al carruaje.

Le temblaron las piernas, la cintura y el pecho. Pensó que sería mejor olvidar todo.

Le temblaron las piernas, la cintura, el pecho y los brazos. Sentía que debía calmarse para poder escapar.

Le temblaron las piernas, la cintura, el pecho, los brazos y la cabeza. Sospechó que en la bolsa negra podría estar la princesa.

Le tembló el cuerpo entero, cuando de repente pasó a toda velocidad una flecha, que por unos milímetros no se incrustó en la frente de Alfonso. Del susto, dio un salto y quedó trepado sobre la escultura. Desde allí divisó una lluvia de flechas que arribaban hacia él. Se tiró al suelo y se tapó la cabeza con las manos. No quería mirar frente a frente a la muerte. Una triste muerte, la de ser agujereado por numerosas puntas filosas. Mientras se imaginaba lo peor, las flechas pasaron sobre su cabeza y se dirigieron a los dos hombres que charlaban al lado del carruaje. Una hizo volar el sombrero del cochero, que quedó flotando sobre una laguna artificial. El hombre no tuvo más remedio que quitarse los pantalones y meterse en el agua helada. Otra flecha agujereó la túnica del hombre esquelético y se clavó en la rama que estaba detrás, de modo que el hombre quedó enganchado y dio tal golpe en la cabeza con el tronco que quedó inconsciente por un rato.

Alfonso aprovechó la desgracia ajena y corrió hacia el carruaje, pero cuando abrió la bolsa negra se dio cuenta que allí no estaba la princesa.

Solo había hojas de diferentes plantas. Cuando vio que el cochero regresaba empapado con su sombrero en la mano, otra vez gateando, se trasladó de ligustro en ligustro.

 

 

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