CAPÍTULO 4
A Alfonso le llevó un rato llegar
a gatas a la parte de atrás del castillo. Le llamó la atención un camino que se
hallaba rodeado de bustos de diferentes reyes. “Qué caras más cómicas”, pensó.
Pero a medida que seguía avanzando, tuvo la sensación de que las caras en los
bustos se iban haciendo más tenebrosas. Tomó coraje y continuó con la esperanza
de encontrar una salida. En ese instante, escuchó trotar algunos caballos: tres
guardias se acercaban.
Frente a él había una
construcción antigua. Alfonso abrió la puerta y se escondió. Estaba oscuro. Se
escuchaba el eco del chillido de los murciélagos, pero eso no le molestaba
tanto como la posibilidad de que hubiese mosquitos. Por las dudas, intentó
espantarlos, moviendo los brazos para todos lados. Pensó que podría morir en
esa oscuridad tenebrosa, picado por los mosquitos, y que luego los murciélagos
le chuparían la sangre. ¡Este sería su triste final! Lo peor era que nadie
encontraría su cuerpo allí adentro.
De pronto, el lugar se fue
iluminando. Parecía que alguien se acercaba. Alfonso se frotó los ojos y
alcanzó a ver algunas estatuas acostadas sobre ataúdes de madera con herrajes
de oro. Era el panteón de los reyes. Se le revolvió el estómago. “¡Esta maldita
muerte!”, pensó y vomitó.
Alfonso escuchó pasos, y se
escondió detrás de una tumba.
Ella vio la bolsa de pergaminos
en el suelo y la reconoció. La sonrisa de la princesa se extendió de oreja a
oreja dejando ver sus dientes de concejo. Traía una vela encendida sobre un
pequeño candelero.
-No… me me me … que que que …
-tartamudeó Alfonso.
-No se preocupe. No lo voy a
delatar.
-Po pop o por … fa fa fa …
-Volví al laberinto luego de
haber cumplido con un pedido de m padre, pero no lo encontré. ¡Odio los pedidos
de mi padre!
-Pe pe pe pensé … que que que …
-Vinieron a buscarme; según mi
padre, era urgente. Para él, todo es urgente. ¡Odio lo urgente!
-¿Y y y … el el el …gri gri gri …
grito?
-Pisé a una pobre hormiga. ¡Odio
pisar hormigas!
-Yo también.
-Qué bueno que ya puede hablar
bien, pensé que iba a seguir tartamudeando. Hablando de hormigas … ¡Mire!
-La princesa se agachó e iluminó
el suelo. Una hilera de hormigas marchaba por un camino que parecía no tener
final.
- ¡Cómo me gustaría tener algo
importante para hacer! Como ellas, que tienen una valiosa misión: asegurar la
supervivencia de su grupo.
-Pero usted tiene muchas cosas
importantes que hacer, ¡es la hija del rey!
-Mis únicas misiones son las de
elegir qué ropa debo ponerme cada mañana, pensar en los peinados más atractivos,
sonreír frente a todos, elegir el menú para los banquetes y pedir todo lo que
se me antoje.
- ¡No está tan mal!
- ¡Venga, salgamos de aquí, que
hay un olor repugnante!
Se alejaron esquivando tumbas y
columnas que dividían espacios de cada familia real. La princesa se sentó sobre
una lápida y le dijo:
-Ahora sí … respire … respire.
Inhalaron y exhalaron juntos.
Caminaron en silencio entre
tumbas, murciélagos, telas de araña y mosquitos. Lo hicieron a la luz de la
vela que tenía la princesa.
- ¡Cuánta paz! – dijo la
princesa.
-Pas …aje a la muerte – dijo Alfonso.
- ¿Usted le teme a la muerte?
-Nnnn … nnn … ooo. ¡Cómo se le
ocurre, Su Majestad!
-Yo tampoco. Me pregunto si
seguiré siendo princesa en el más allá. ¿Usted cree en la reencarnación?
-No sé. Todo puede ser o no ser.
Y si no es, mejor. Ehhh, mejor cambiemos de tema. Si me siguen picoteando los
mosquitos, voy a necesitar un lugar cerca de estos muertos.
Un ruido los interrumpió, y se
apresuraron a esconderse detrás de una columna. La vela que ella llevaba se fue
consumiendo, y quedaron en penumbras. Pero distinguieron la figura del huesudo
que caminaba como in zombi, se agachaba delante de cada tumba y colocaba ramos
de flores que sacaba de una canasta. Parecía hablarles a los muertos.
-Esperemos a que se vaya – dijo la
princesa.
“Es un muerto vivo”, pensó
Alfonso.
Cuando el hombre esquelético se
fue, cerró la puerta de entrada y quedaron totalmente a oscuras.
-No traje otra vela. Pero no se
preocupe, creo que puedo encontrar la salida, aunque no se ve nada.
Ella lo tomó de la mano y lo
condujo a ciegas por el camino que conocía de memoria.
Alfonso tropezó y chocó con varias
tumbas.
-Me va a sacar el brazo, si no me
suelta cada vez que se tropieza -se quejó la princesa.
-Es que … dis dis dis …
- ¡Baaaastaaaa de pedir disculpas!
-gritó ella y siguió caminando- Confíe en mí.
-Sé comer, cocinar, coser,
contar, cortar. Todo eso soy capaz de hacer; pero confiar, no sé.
-Le voy a enseñar, y espero que
sea buen aprendiz.
-Lo seré, Su Majestad.
-Deje de decirme “Su Majestad”,
puede llamarme Catalina.
-De acuerdo, Su Majestad
Catalina.
-Es la primerea vez que le voy a
enseñar algo a alguien. Comencemos: va a tener que caminar delante de mí.
-No, no puedo, me voy a estrellar
contra un muerto y se me va a partir la cabeza en veinte pedazos; además …
- ¡Cállese y aprenda! Yo lo voy a
tomar de los hombros y lo voy a guiar. Usted confíe.
-No puedo confiar cuando está
oscuro.
-No hable, mejor cierre los ojos.
-Noooo …
- ¡Es una orden!
Alfonso cerró los ojos. Ella lo
tomó de los hombros para guiarlo. Los brazos y piernas de Alfonso iban para
adelante, pero el resto del cuerpo hacía fuerza hacia atrás.
-Confíe, no voy a dejar que nada
malo le suceda -le susurró ella al oído.
De a poco, Alfonso sintió
confianza. Una sensación de tranquilidad que lo condujo como si flotara.
Permaneció con los ojos cerrados y avanzó sin que nada le sucediera.
-Abra los ojos, Alfonso. Hemos
llegado a la salida.
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