CAPÍTULO
6
Entraron al castillo por una
de las tantas puertas traseras. Alfonso siguió a Catalina. Atravesaron
infinitos pasillos decorados con cuadros y obras de arte, empapelados majestuosos
y cortinados, hasta que por fin Catalina abrió la puerta de una habitación en
el primer piso.
-Espéreme aquí.
-No tarde, señorita Catalina.
La habitación lo estremeció.
Las paredes eran del color de la sangre. Alrededor de una cama había
candelabros con velas negras.
“¿Qué puedo hacer para ser un
poco más valiente?”, pensó Alfonso. La repuesta le surgió de inmediato: “Nada”.
Por su cabeza nuevamente se
asomaron pensamientos tenebrosos: “Es la habitación de la muerte, del huesudo.
La princesa me ha engañado entregándome al muerto vivo. Debo escapar. En
cualquier momento va a entrar moviendo su cuerpo esquelético, debo reaccionar
con rapidez”.
Salió y corrió sin rumbo por
los pasillos interminables que lo llevaron hasta un enorme salón con cinco
escaleras.
Escuchó un rugido. Lo oyó nuevamente,
más cerca. Parecía que un animal hacía sonar sus pezuñas contra el piso de
mármol.
Alfonso se quedó paralizado,
mientras esperaba que la desgracia lo sorprendiera. Y así fue. Un tigre de
bengala blanco atravesó la puerta y al descubrirlo le mostró sus enormes
colmillos.
Alfonso retrocedió lentamente
a una de las escaleras. Subió un escalón, sin dejar de mirar al felino. El
animal se aproximó. El mensajero saltó hacia el cuarto escalón y el tigre se
lanzó al ataque contra el desconocido.
Alfonso trataba de evitar caer
en sus fauces empujándolo del cuello, pero al ver de cerca aquellos colmillos,
se desvaneció.
- ¡Yanti! ¡Yanti! -gritó
Catalina.
El animal dejó su presa y fue
hacia la princesa.
-Es un buen hombre … No me va
a nacer nada.
El tigre se tranquilizó y se
recostó en el piso. Ella corrió hacia la escalera. Alfonso abrió los ojos, se
miraron en silencio. Luego ella le contó que tenía un plan para detener la
guerra.
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