viernes, 11 de marzo de 2022

EL MENSAJERO DEL REY de Mariana Kirzner. CAP 10 y 11

 


CAPÍTULO 10

Alfonso subió los escalones interminables y fue escabulléndose para que ningún servidor del palacio lo viera. Pasaron horas hasta que encontró la salida a los jardines del castillo. Mientras corría para escaparse, una rama se le enganchó en la chaqueta y tuvo que hacer algunas maniobras para zafarse, pero no vio el tronco que estaba en el suelo y se tropezó cayendo de cara al pasto. Su nariz aterrizó dentro de un hoyo de hormigas coloradas. Los pinchazos hicieron que la nariz se hinchara al doble de su tamaño. La picazón lo estaba volviendo loco; entonces esbozó un grito, pero una mano le tapó la boca y se chocó con unos ojos de huevo frito que sobresalían de una cara esquelética. Esa mirada lo decía todo. ¿Sería su final? ¡No se había despedido de la princesa!

El hombre le inmovilizó los brazos y lo llevó a través de los jardines.

La nariz de Alfonso seguía creciendo. No podía rascarse y la desesperación lo desencajó de tal manera que nada le importó. Se lanzó sobre el hombro del huesudo y comenzó a refregar su nariz para un lado y para el otro. El hombre no dijo nada, pero lo empujó y se limpió el hombro con cara de asco.

El esquelético le hizo señas para mostrarle una salida. También le indicó que se quedase en silencio. Luego se acercó a unos guardias e intercambió con ellos varias señas. Por los movimientos de las manos, Alfonso comprendió que aquel hombre era mudo. Los guardias retrocedieron y dejaron la salida libre.

Antes de que Alfonso se fuera, el huesudo le entregó un mapa con el camino que debía tomar para llegar al río. También le trajo a su propio caballo, el que el mensajero había dejado atado en la entrada del castillo, provisto de alimentos y dos cantimploras.

Alfonso se dio cuenta de que se había equivocado al juzgarlo.

Se rascó la nariz nuevamente, pero esta vez con la manga de su camisa. Y salió corriendo.


CAPÍTULO 11

Alfonso cabalgó junto a su fiel compañero durante mucho tiempo. Luego paró a descansar a orillas del río. Se recostó y miró el cielo. Parecía que pronto iba a llover. Las nubes se unieron para formar la silueta de una joven hermosa, hermosa como la princesa…

El mensajero ordenó los pergaminos, reorganizó su itinerario de viaje y partió a entregar las invitaciones para el juego de naipes.

El viaje transcurrió sin complicaciones, aunque con la compañía de algunos mosquitos molestos. En los pueblos, Alfonso fue bien atendido y su caballo recibió agua. Hasta el momento, todo había sucedido como Catalina lo había previsto.

¿Se animaría a regresar al castillo, ahora que había retomado su vida de mensajero?

“¿Qué hago? ¿Qué quiero? ¿La quiero? ¡Qué pregunta tonta! ¿Cómo voy a querer a una princesa?”

 

 

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