CAPÍTULO
8
En una esquina de la habitación había una mesita redonda
con dos sillas.
-Siéntese, Alfonso- lo invitó la princesa.
-Después de usted, señorita, Su Majestad Catalina.
- ¿Qué le dije sobre “Su Majestad”?
- No lo puedo evitar, princesa.
- ¡Haga usted el esfuerzo!
Ella acomodó un maso de naipes sobre sobre la mesa y dijo:
- Es un combate entre espadas y palos.
- ¡No! ¡Nunca! No tengo espadas, pero tengo un palo que uso
para pescar.
-Ese palo no sirve. Todo se trata de matar…
- ¡No diga eso! -exclamó el mensajero y se levantó de un
salto.
-Yo lo mato o usted me mata. Déjeme explicarle.
- ¡Con todo respeto, princesa, usted ha enloquecido! ¡Ni lo
piense! Me rehúso a matarla. ¡Nunca, sobre mi cadáver!
-Verá que lo intentará. Se lo aseguro. Se trata de matar
con las cartas.
- ¿No me dijo con espadas y palos?
- ¡Cállese! Siéntese y deme el mazo.
La princesa le enseñó a mezclar las cartas y las
principales reglas del juego llamado “el truco”, el juego de las mentiras.
Alfonso escuchó con atención.
Y como suele suceder, la suerte de principiante no quiso
fallarle. Adolfo recibió los dos anchos más poderosos: el de espada y el de basto.
Se mintieron, se mataron, se rieron, disfrutaron. Hasta que
los alcanzó el cansancio.
- Hasta mañana, Alfonso.
- No me deje acá solo, que…
- ¡Quédese tranquilo!
- No me deje solo, que me…
- ¡Me voy! Mañana tendremos trabajo.
- No me deje solo, que me pican…
- Picante estaba la sopa de caracoles. Tengo que tomar un
vaso de agua.
- No me deje solo, que me pican los mos…
- ¡Mosquito de porquería! -dijo ella, agarrándose la
nariz-. ¡Me picó uno!
- Eso le quería decir…
- Si no quiere quedarse solo con los mosquitos, le traeré
repelente.
La princesa se fue corriendo por uno de los pasillos, pero
en el camino olvidó el pedido.
Alfonso escuchó un rugido cada vez más cerca. Yanti
caminaba hacia él haciendo sonar sus pezuñas contra el suelo. Le clavó los ojos
y le mostró sus enormes dientes. “¡No, otra vez no!”, pensó Alfonso y caminó
hacia atrás sin dejar de mirar al animal. Abrió la puerta de un armario antiguo
y se escondió en su interior. El tigre se recostó delante del armario. Alfonso
pasó la noche allí adentro. Torcido y hecho un nudo, se dejó vencer por el
sueño.
CAPÍTULO 9
La princesa tardó en recordar el encargo y volvió con el
repelente, pero al día siguiente. Se acercó a Yanti y le acarició las orejas.
Buscó a Alfonso, pero no lo encontró: “¡Qué raro! ¿Se habrá ido?”.
El tigre se acercó al armario y rasguñó la puerta con sus
garras, intentando abrir la manija con las patas.
Alfonso despertó al sentir los golpes del animal y pensó: “Esta
vez no me salvo. El tigre me va a comer y ella jamás me encontrará. ¿Lloraría
Catalina mi muerte? ¿Cómo se me ocurre que una princesa vaya a derramar una
lágrima por un simple mensajero?”.
Mientras los pensamientos se perdían por el laberinto de su
cabeza, el tigre hizo caer el armario de un golpe brusco. Las puertas se
abrieron y Alfonso salió tambaleante.
- ¿Qué hace ahí adentro? -preguntó Catalina.
Alfonso no pudo responder. Tenía la lengua más enredada que
nunca.
-Espero que haya pasado una buena noche.
Él la miró con ojos desorbitados. El tigre parecía un
tierno gatito hogareño al lado de su dueña que lo acariciaba.
- ¡Mire! -dijo Catalina y le mostró algunos pergaminos que
sacó de una bolsa-.
Le voy a pedir que deje uno en cada pueblo, y asegúrese de
que lleguen a manos de los reyes lo más rápido posible.
-Pero…
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