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sábado, 23 de abril de 2022
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viernes, 11 de marzo de 2022
EL MENSAJERO DEL REY de Mariana Kirzner. CAP 8 Y 9
CAPÍTULO
8
En una esquina de la habitación había una mesita redonda
con dos sillas.
-Siéntese, Alfonso- lo invitó la princesa.
-Después de usted, señorita, Su Majestad Catalina.
- ¿Qué le dije sobre “Su Majestad”?
- No lo puedo evitar, princesa.
- ¡Haga usted el esfuerzo!
Ella acomodó un maso de naipes sobre sobre la mesa y dijo:
- Es un combate entre espadas y palos.
- ¡No! ¡Nunca! No tengo espadas, pero tengo un palo que uso
para pescar.
-Ese palo no sirve. Todo se trata de matar…
- ¡No diga eso! -exclamó el mensajero y se levantó de un
salto.
-Yo lo mato o usted me mata. Déjeme explicarle.
- ¡Con todo respeto, princesa, usted ha enloquecido! ¡Ni lo
piense! Me rehúso a matarla. ¡Nunca, sobre mi cadáver!
-Verá que lo intentará. Se lo aseguro. Se trata de matar
con las cartas.
- ¿No me dijo con espadas y palos?
- ¡Cállese! Siéntese y deme el mazo.
La princesa le enseñó a mezclar las cartas y las
principales reglas del juego llamado “el truco”, el juego de las mentiras.
Alfonso escuchó con atención.
Y como suele suceder, la suerte de principiante no quiso
fallarle. Adolfo recibió los dos anchos más poderosos: el de espada y el de basto.
Se mintieron, se mataron, se rieron, disfrutaron. Hasta que
los alcanzó el cansancio.
- Hasta mañana, Alfonso.
- No me deje acá solo, que…
- ¡Quédese tranquilo!
- No me deje solo, que me…
- ¡Me voy! Mañana tendremos trabajo.
- No me deje solo, que me pican…
- Picante estaba la sopa de caracoles. Tengo que tomar un
vaso de agua.
- No me deje solo, que me pican los mos…
- ¡Mosquito de porquería! -dijo ella, agarrándose la
nariz-. ¡Me picó uno!
- Eso le quería decir…
- Si no quiere quedarse solo con los mosquitos, le traeré
repelente.
La princesa se fue corriendo por uno de los pasillos, pero
en el camino olvidó el pedido.
Alfonso escuchó un rugido cada vez más cerca. Yanti
caminaba hacia él haciendo sonar sus pezuñas contra el suelo. Le clavó los ojos
y le mostró sus enormes dientes. “¡No, otra vez no!”, pensó Alfonso y caminó
hacia atrás sin dejar de mirar al animal. Abrió la puerta de un armario antiguo
y se escondió en su interior. El tigre se recostó delante del armario. Alfonso
pasó la noche allí adentro. Torcido y hecho un nudo, se dejó vencer por el
sueño.
CAPÍTULO 9
La princesa tardó en recordar el encargo y volvió con el
repelente, pero al día siguiente. Se acercó a Yanti y le acarició las orejas.
Buscó a Alfonso, pero no lo encontró: “¡Qué raro! ¿Se habrá ido?”.
El tigre se acercó al armario y rasguñó la puerta con sus
garras, intentando abrir la manija con las patas.
Alfonso despertó al sentir los golpes del animal y pensó: “Esta
vez no me salvo. El tigre me va a comer y ella jamás me encontrará. ¿Lloraría
Catalina mi muerte? ¿Cómo se me ocurre que una princesa vaya a derramar una
lágrima por un simple mensajero?”.
Mientras los pensamientos se perdían por el laberinto de su
cabeza, el tigre hizo caer el armario de un golpe brusco. Las puertas se
abrieron y Alfonso salió tambaleante.
- ¿Qué hace ahí adentro? -preguntó Catalina.
Alfonso no pudo responder. Tenía la lengua más enredada que
nunca.
-Espero que haya pasado una buena noche.
Él la miró con ojos desorbitados. El tigre parecía un
tierno gatito hogareño al lado de su dueña que lo acariciaba.
- ¡Mire! -dijo Catalina y le mostró algunos pergaminos que
sacó de una bolsa-.
Le voy a pedir que deje uno en cada pueblo, y asegúrese de
que lleguen a manos de los reyes lo más rápido posible.
-Pero…
CAP 12, 13 y 14
CAPÍTULO
12
Tardó diez días en repartir todos los pergaminos. Era de
noche, cuando regresó al castillo.
¿Entraba o no entraba por aquella puerta secreta que le
había indicado la princesa? ¿Y si entraba y se encontraba al tigre? Después de
un largo debate interno, decidió que él y su caballo dormirían echados detrás
del gran muro.
Lo despertó el sol, que se posó tibio sobre su rostro: “¿Me
voy o no me voy?”. Cuando se levantó, algunas flechas surcaron por arriba el
muro y, aunque ninguna pasó cerca de él, igual se tapó la cabeza con las manos.
-Disculpe- dijo una voz conocida- no pensé que hubiera
alguien del otro lado del muro tan temprano, me gusta practicar antes de que la
corte amanezca.
Alfonso miró a través de sus dedos. De ese modo descubrió a
Catalina, apenas asomada al muro.
-Pe pe pe pe…ro ya ya ya… me me me…
-Alfonso, ¿es usted?
-Sí, sí, sí… so so… soy yo. Y us us us us… ted, ¿es us us us,
ted?
-Sí, soy yo. ¡Somos usted y yo! Entre ya mismo, necesito
que me ayude con los últimos preparativos para el gran juego de naipes. ¡No
pierda más tiempo!
-No sé preparar preparativos, digo, ayudar a ayudarla,
digo…, mejor no digo.
-Voy a pedirle a Tantay que lo haga entrar sin problemas.
¿conoció a Tantay? Es el caballero delgado que lo ayudó a salir del castillo.
¿Se acuerda?
-El esquelético…
-Es uno de nuestros jardineros, el mejor de todos.
Catalina escuchó: “zzzzzzzzzzzzzzzz”, casi dentro de su
oído derecho. Manoteó buscando al mosquito. Pero no lo encontró… Hasta que nuevamente:
“zzzzzzzzzzzzzzzz” sobre su oído izquierdo. Movió su cabeza y se le resbaló la
corona. Al intentar agarrarla, perdió el equilibrio y Alfonso abrió sus brazos
para atajar a la princesa. Ella le sonrió mostrándole sus dientes de conejo y
él, de la emoción, se desmayó. Cataplum, los dos al pasto.
Catalina trató de reanimarlo: le golpeó suavemente la
espalda, le pellizcó los cachetes, le gritó al oído, lo sacudió. Alfonso no
abría los ojos. “¡Está muerto!”, se horrorizó la princesa y se puso a patalear.
Pero en ese momento se acordó de los cuentos de hadas;
entonces, se inclinó sobre Alfonso: quizá el beso de una princesa lo despertara…
Se estaba acercando, cuando un mosquito se posó sobre aquella real y respingada
nariz y la hizo estornudar sobre la cara del mensajero. Sin más demora, ella lo
limpió con su pañuelo y lo besó.
Los cuentos de hadas funcionan: Alfonso sintió una sopapa
en los labios y abrió los ojos.
CAPÍTULO
13
Todo estaba preparado para el gran juego. Los servidores
habían dispuesto lo esencial, los banquetes estaban servidos. Una orquesta
ensayaba en el gran salón. La música se expandía por todos los rincones y
contagiaba a quienes la oían. Alfonso y la princesa entraron al salón principal
del castillo al son de una alegre melodía y juntos crearon una coreografía:
tres pasos para adelante, movimientos de cintura, dos saltos para atrás,
pataditas con la pierna para el frente…
De repente, la música cambió y ellos perdieron el paso. Alfonso
y Catalina vieron al tigre caminando hacia los músicos. El director de la
orquesta estaba de espaldas, de modo que no se percató del peligro. En cambio,
los músicos comenzaron a temblar tanto que apenas podían tocar los instrumentos.
El resultado fue una composición que parecía pedir auxilio de manera
desafinada.
El director sintió las cosquillas de los bigotes de la fiera y dio un salto que le hizo volar la peluca y hasta la dentadura postiza. Se armó tal confusión que todos los músicos corrieron en dirección opuesta, chocándose entre sí, empujándose, cayéndose.
- ¡Yanti! -gritó Catalina.
El tigre, con paso majestuoso, se acercó a la princesa y se
recostó en el suelo, custodiando a su dueña.
Unos instantes después, cuando todo se había calmado, el
rey ingresó al salón seguido por sus diecisiete hermanas y vio al mensajero.
- ¡Por fin has llegado! Entrégueme los pergaminos y
retírese de inmediato. Hoy nos encontramos sumamente ocupados.
Alfonso no dijo una palabra.
- ¿Qué le pasa? ¡Necesito esos pergaminos!
- De inmediato, Su Majestad.
La princesa rodeó al monarca entre sus brazos y lo besó en
la mejilla. Cuando su hija lo besaba, el rey se olvidaba de todo. Y así fue…
Los músicos comenzaron a tocar una nueva melodía. Alfonso
tembló al ritmo de las vibraciones del arpa y pensó: “¡Estoy perdido! Es el fin
de la historia. Ahora viene la parte en que el rey me manda a matar y la
princesa llora mi muerte hasta que un nuevo pretendiente la despose”. Pero en
ese momento, un consejero irrumpió en el salón buscando al rey y ambos se
retiraron con premura. El mensajero supo que se había salvado una vez más.
CAPÍTULO 14
Llegaba la hora del
gran desafío. Los carruajes se acercaban. Los músicos de la orquesta ya estaban
preparados para recibir a los invitados, parados en los jardines del palacio a
ambos lados de una larguísima alfombra gris. Bailarines y juglares también se
acomodaron para el espectáculo.
Catalina le había entregado a Alfonso un traje de sirviente
y un bigote postizo para que pudiera presenciar el evento sin que el rey lo
reconociera. El maestro de ceremonia, que estaba al tanto de la situación, le
indicó que tomara una enorme bandeja con frutas y se acomodara en una fila.
Todo estaba perfectamente cronometrado. Cuando los primeros invitados fueron
llegando, el plan se puso en movimiento: la música comenzó a sonar, bailarines
y juglares emprendieron su rutina, Alfonso siguió a los demás sirvientes del
palacio haciendo equilibrio con la bandeja. Juntos caminaron en zigzag, de
manera ordenada, entre los invitados.
Los juglares, vestidos de rojo y con grandes sombreros
negros, abrieron sombrillas para acompañar a las damas en el trayecto hacia la
entrada del castillo. Los caballeros fueron tras ellas.
Cuando los invitados estuvieron acomodados en la mesa para
el banquete, el rey hizo su entrada acompañado por su hija, su madre y las
diecisiete tías, que entraron hablando a los gritos. No se escuchaba ni a la
orquesta. El director le indicó al músico más bajito que resolviera la situación.
Este se trepó a una columna e hizo sonar su trompetita, que era mucho más
chillona que las voces de las tías. En el momento en que se hizo el más
absoluto silencio, un consejero anunció el discurso y le entregó al rey un
largo pergamino.
El rey leyó un discurso que hablaba de la paz entre los
pueblos vecinos, de la necesidad de los monarcas de luchar por algo y de la
posibilidad de entablar combates sin sangre. Primero, leyó sin prestar atención
a lo que decía. Cuando se dio cuenta del error, se quedó en silencio unos
minutos. Catalina se dio cuenta del error, se quedó en silencio unos minutos. Catalina
lo rodeó con sus brazos y él se olvidó de todo… Volvió a leer acerca de la
lucha en juego de naipes y la posibilidad de ser buenos competidores, ganando
guerras y perdiéndolas.
Catalina lo besaba cada tres minutos y él volvía a leer.
Concluyó ofreciendo un trato: no más luchas en tierra, solo combates en juego
de naipes.
Nunca nadie había visto tantas caras de sorpresa frente a
un rey que terminaba su discurso. Primero, los invitados se quedaron serios,
luego algunos fruncieron el ceño y otros se agarraron la cabeza. Hasta que un
grupo de mosquitos decidió hacer algo bueno por Alfonso. Le hicieron cosquillas
por todo el cuerpo. Él comenzó a reír a carcajadas.
Catalina lo miró. No sabía qué le pasaba, pero también se rio
a carcajadas. La siguieron las diecisiete tías, la abuela, los músicos, los
bailarines, los juglares y el huesudo que observaba escondido detrás de un
cortinado. Rieron los invitados y, por último, el rey.
Todos firmaron el tratado, y luego del banquete comenzaron
las guerras entre espadas, palos, copas y oros.
EL MENSAJERO DEL REY de Mariana Kirzner. CAP. 15
CAPÍTULO
15
Unos meses más tarde, Catalina y Alfonso se casaron y se
fueron de luna de miel. Los acompañaron el caballo, el tigre y varios
mosquitos. Después de mucho andar, llegaron a unas tierras verdes y prósperas,
a orillas de un río, donde decidieron construir una casa con sus propias manos.
“¡Ahora sí me voy a morir!”, pensó Alfonso, “Se me podría caer una madera en la
cabeza o me podría dar un martillazo tan fuerte que… o…”. Pero no pudo seguir
pensando, porque sintió una sopapa en la boca.
EL MENSAJERO DEL REY de Mariana Kirzner. CAP 10 y 11
CAPÍTULO
10
Alfonso subió los escalones interminables y fue escabulléndose
para que ningún servidor del palacio lo viera. Pasaron horas hasta que encontró
la salida a los jardines del castillo. Mientras corría para escaparse, una rama
se le enganchó en la chaqueta y tuvo que hacer algunas maniobras para zafarse,
pero no vio el tronco que estaba en el suelo y se tropezó cayendo de cara al
pasto. Su nariz aterrizó dentro de un hoyo de hormigas coloradas. Los pinchazos
hicieron que la nariz se hinchara al doble de su tamaño. La picazón lo estaba
volviendo loco; entonces esbozó un grito, pero una mano le tapó la boca y se
chocó con unos ojos de huevo frito que sobresalían de una cara esquelética. Esa
mirada lo decía todo. ¿Sería su final? ¡No se había despedido de la princesa!
El hombre le inmovilizó los brazos y lo llevó a través de
los jardines.
La nariz de Alfonso seguía creciendo. No podía rascarse y
la desesperación lo desencajó de tal manera que nada le importó. Se lanzó sobre
el hombro del huesudo y comenzó a refregar su nariz para un lado y para el
otro. El hombre no dijo nada, pero lo empujó y se limpió el hombro con cara de
asco.
El esquelético le hizo señas para mostrarle una salida.
También le indicó que se quedase en silencio. Luego se acercó a unos guardias e
intercambió con ellos varias señas. Por los movimientos de las manos, Alfonso
comprendió que aquel hombre era mudo. Los guardias retrocedieron y dejaron la
salida libre.
Antes de que Alfonso se fuera, el huesudo le entregó un
mapa con el camino que debía tomar para llegar al río. También le trajo a su
propio caballo, el que el mensajero había dejado atado en la entrada del
castillo, provisto de alimentos y dos cantimploras.
Alfonso se dio cuenta de que se había equivocado al
juzgarlo.
Se rascó la nariz nuevamente, pero esta vez con la manga de
su camisa. Y salió corriendo.
CAPÍTULO
11
Alfonso cabalgó junto a su fiel compañero durante mucho
tiempo. Luego paró a descansar a orillas del río. Se recostó y miró el cielo.
Parecía que pronto iba a llover. Las nubes se unieron para formar la silueta de
una joven hermosa, hermosa como la princesa…
El mensajero ordenó los pergaminos, reorganizó su
itinerario de viaje y partió a entregar las invitaciones para el juego de
naipes.
El viaje transcurrió sin complicaciones, aunque con la
compañía de algunos mosquitos molestos. En los pueblos, Alfonso fue bien
atendido y su caballo recibió agua. Hasta el momento, todo había sucedido como
Catalina lo había previsto.
¿Se animaría a regresar al castillo, ahora que había
retomado su vida de mensajero?
“¿Qué hago? ¿Qué quiero? ¿La quiero? ¡Qué pregunta tonta!
¿Cómo voy a querer a una princesa?”
jueves, 3 de marzo de 2022
EL MENSAJERO DEL REY de Mariana Kirzner. CAP 7
Alfonso aún estaba paralizado
del susto, pero de algún modo bajaba en forma mecánica por la escalera
interminable.
Catalina le había dicho que podía guarecerse en el
castillo, pero nadie debía notarlo. De modo que esta fue la explicación que le dio:
“Vaya derecho. Abra la puerta de madera que tiene dos flores talladas. Ahí hay un
armario. Entre. Mueva la soga colgada junto al vestido amarillo. Se abrirá un
pasadizo que lo llevará a una escalera. Baje”.
Agotado, se sentó en un escalón y miró hacia abajo. Sintió
vértigo. Miró hacia arriba, pensó volver, pero siguió avanzando … Apenas el
mensajero pisó el suelo de un enorme lugar oscuro, abarrotado de muebles
tapados con telas y objetos cubiertos de polvo, escuchó: “zzzzz … zzzzz…”
alrededor de su oído izquierdo. Movió la cabeza con desesperación.
Escuchó: “zzzzz… zzzzz…” alrededor de su oído derecho.
Corrió y saltó enloquecido. Tropezó con sillones, tiró jarrones y se llevó por
delante varias sillas, pateó una puerta, resbaló con una alfombra y terminó
desparramado sobre un baúl antiguo.
Allí, escondido, pasaría la noche. Una larga noche: no iba
a poder dormir en ese sótano oscuro, lleno de pasadizos y puertas cerradas. Se dio
cuenta de que no había ventanas, pero… “¿Por dónde entraba ese haz de luz?”.
Fue en busca de una respuesta: a través de la hendija de la
cerradura de una puerta. Alfonso tembló. Pensó en el hombre esquelético. “¿Será
este su escondite, el lugar donde elabora sus conjuros y maleficios?”. Nadie se
lo había dicho, pero estaba seguro de que e huesudo era un brujo diabólico, y
por eso rondaba entre los muertos.
Alfonso espió por la cerradura y se encontró con otro ojo.
Se agachó, y esperó en silencio hasta que se atrevió a mirar de nuevo, pero ya
no vio nada. En ese preciso momento, alguien abrió la puerta.
-Es es es …
-Deje de tartamudear y preste atención -lo sorprendió la
voz de Catalina.
-Pe pe pe … ro ro ro… pop o por…
-Tranquilícese, llegué aquí por la puerta secreta.
-No me gusta este lugar… Voy a tener pesadillas.
- ¡Cómo me gustaría tener pesadillas! De chica las tenía,
pero un día mi padre me las prohibió.
-Pero ¿Cómo hizo?
-Una doncella me despierta en lo terrible del sueño. ¿A
usted le parece? ¡Perderme lo mejor!
-Me parece … buena idea.
-De todos modos, las pesadillas no son tan terribles como
la guerra. O, mejor dicho, la guerra es una pesadilla hecha realidad. Nosotros
la vamos a impedir.
-No entiendo, Su Majestad -dijo Alfonso - ¿A quién se
refiere, cuando dice “nosotros”? ¿Qué vamos a impedir?
-Vamos a hacer que la guerra se pierda o se gane sin
guerra.
- ¿Qué dice? Me voy a poner tartamudo otra vez. Es el mi mi
mi… edo…
-Sígame, le voy a mostrar algo.
Catalina fue hacia el antiguo baúl. Lo abrió. Allí había
muchos mazos de naipes.
-Eran de nuestros familiares. Fueron traídos de diferentes
reinos. ¿Juega un partido conmigo?
-No sé jugar.
jueves, 24 de febrero de 2022
EL MENSAJERO DEL REY de Mariana Kirzner. CAP.6
CAPÍTULO
6
Entraron al castillo por una
de las tantas puertas traseras. Alfonso siguió a Catalina. Atravesaron
infinitos pasillos decorados con cuadros y obras de arte, empapelados majestuosos
y cortinados, hasta que por fin Catalina abrió la puerta de una habitación en
el primer piso.
-Espéreme aquí.
-No tarde, señorita Catalina.
La habitación lo estremeció.
Las paredes eran del color de la sangre. Alrededor de una cama había
candelabros con velas negras.
“¿Qué puedo hacer para ser un
poco más valiente?”, pensó Alfonso. La repuesta le surgió de inmediato: “Nada”.
Por su cabeza nuevamente se
asomaron pensamientos tenebrosos: “Es la habitación de la muerte, del huesudo.
La princesa me ha engañado entregándome al muerto vivo. Debo escapar. En
cualquier momento va a entrar moviendo su cuerpo esquelético, debo reaccionar
con rapidez”.
Salió y corrió sin rumbo por
los pasillos interminables que lo llevaron hasta un enorme salón con cinco
escaleras.
Escuchó un rugido. Lo oyó nuevamente,
más cerca. Parecía que un animal hacía sonar sus pezuñas contra el piso de
mármol.
Alfonso se quedó paralizado,
mientras esperaba que la desgracia lo sorprendiera. Y así fue. Un tigre de
bengala blanco atravesó la puerta y al descubrirlo le mostró sus enormes
colmillos.
Alfonso retrocedió lentamente
a una de las escaleras. Subió un escalón, sin dejar de mirar al felino. El
animal se aproximó. El mensajero saltó hacia el cuarto escalón y el tigre se
lanzó al ataque contra el desconocido.
Alfonso trataba de evitar caer
en sus fauces empujándolo del cuello, pero al ver de cerca aquellos colmillos,
se desvaneció.
- ¡Yanti! ¡Yanti! -gritó
Catalina.
El animal dejó su presa y fue
hacia la princesa.
-Es un buen hombre … No me va
a nacer nada.
El tigre se tranquilizó y se
recostó en el piso. Ella corrió hacia la escalera. Alfonso abrió los ojos, se
miraron en silencio. Luego ella le contó que tenía un plan para detener la
guerra.