viernes, 11 de marzo de 2022

EL MENSAJERO DEL REY de Mariana Kirzner. CAP 8 Y 9

 


CAPÍTULO 8

En una esquina de la habitación había una mesita redonda con dos sillas.

-Siéntese, Alfonso- lo invitó la princesa.

-Después de usted, señorita, Su Majestad Catalina.

- ¿Qué le dije sobre “Su Majestad”?

- No lo puedo evitar, princesa.

- ¡Haga usted el esfuerzo!

Ella acomodó un maso de naipes sobre sobre la mesa y dijo:

- Es un combate entre espadas y palos.

- ¡No! ¡Nunca! No tengo espadas, pero tengo un palo que uso para pescar.

-Ese palo no sirve. Todo se trata de matar…

- ¡No diga eso! -exclamó el mensajero y se levantó de un salto.

-Yo lo mato o usted me mata. Déjeme explicarle.

- ¡Con todo respeto, princesa, usted ha enloquecido! ¡Ni lo piense! Me rehúso a matarla. ¡Nunca, sobre mi cadáver!

-Verá que lo intentará. Se lo aseguro. Se trata de matar con las cartas.

- ¿No me dijo con espadas y palos?

- ¡Cállese! Siéntese y deme el mazo.

La princesa le enseñó a mezclar las cartas y las principales reglas del juego llamado “el truco”, el juego de las mentiras. Alfonso escuchó con atención.

Y como suele suceder, la suerte de principiante no quiso fallarle. Adolfo recibió los dos anchos más poderosos: el de espada y el de basto.

Se mintieron, se mataron, se rieron, disfrutaron. Hasta que los alcanzó el cansancio.

- Hasta mañana, Alfonso.

- No me deje acá solo, que…

- ¡Quédese tranquilo!

- No me deje solo, que me…

- ¡Me voy! Mañana tendremos trabajo.

- No me deje solo, que me pican…

- Picante estaba la sopa de caracoles. Tengo que tomar un vaso de agua.

- No me deje solo, que me pican los mos…

- ¡Mosquito de porquería! -dijo ella, agarrándose la nariz-. ¡Me picó uno!

- Eso le quería decir…

- Si no quiere quedarse solo con los mosquitos, le traeré repelente.

La princesa se fue corriendo por uno de los pasillos, pero en el camino olvidó el pedido.

Alfonso escuchó un rugido cada vez más cerca. Yanti caminaba hacia él haciendo sonar sus pezuñas contra el suelo. Le clavó los ojos y le mostró sus enormes dientes. “¡No, otra vez no!”, pensó Alfonso y caminó hacia atrás sin dejar de mirar al animal. Abrió la puerta de un armario antiguo y se escondió en su interior. El tigre se recostó delante del armario. Alfonso pasó la noche allí adentro. Torcido y hecho un nudo, se dejó vencer por el sueño.

 

 

CAPÍTULO 9

 

La princesa tardó en recordar el encargo y volvió con el repelente, pero al día siguiente. Se acercó a Yanti y le acarició las orejas. Buscó a Alfonso, pero no lo encontró: “¡Qué raro! ¿Se habrá ido?”.

El tigre se acercó al armario y rasguñó la puerta con sus garras, intentando abrir la manija con las patas.

Alfonso despertó al sentir los golpes del animal y pensó: “Esta vez no me salvo. El tigre me va a comer y ella jamás me encontrará. ¿Lloraría Catalina mi muerte? ¿Cómo se me ocurre que una princesa vaya a derramar una lágrima por un simple mensajero?”.

Mientras los pensamientos se perdían por el laberinto de su cabeza, el tigre hizo caer el armario de un golpe brusco. Las puertas se abrieron y Alfonso salió tambaleante.

- ¿Qué hace ahí adentro? -preguntó Catalina.

Alfonso no pudo responder. Tenía la lengua más enredada que nunca.

-Espero que haya pasado una buena noche.

Él la miró con ojos desorbitados. El tigre parecía un tierno gatito hogareño al lado de su dueña que lo acariciaba.

- ¡Mire! -dijo Catalina y le mostró algunos pergaminos que sacó de una bolsa-.

Le voy a pedir que deje uno en cada pueblo, y asegúrese de que lleguen a manos de los reyes lo más rápido posible.

-Pero…

 -Es nuestra gran misión. Los pergaminos invitan a los gobernantes de los pueblos vecinos en guerra al “Gran juego de naipes en el castillo”. Pelearán con los naipes y no en campos de batalla. En los juegos se lucha, se gana, se pierde, lo mismo que en la guerra.

 

 

 

CAP 12, 13 y 14


 

CAPÍTULO 12

 

Tardó diez días en repartir todos los pergaminos. Era de noche, cuando regresó al castillo.

¿Entraba o no entraba por aquella puerta secreta que le había indicado la princesa? ¿Y si entraba y se encontraba al tigre? Después de un largo debate interno, decidió que él y su caballo dormirían echados detrás del gran muro.

Lo despertó el sol, que se posó tibio sobre su rostro: “¿Me voy o no me voy?”. Cuando se levantó, algunas flechas surcaron por arriba el muro y, aunque ninguna pasó cerca de él, igual se tapó la cabeza con las manos.

-Disculpe- dijo una voz conocida- no pensé que hubiera alguien del otro lado del muro tan temprano, me gusta practicar antes de que la corte amanezca.

Alfonso miró a través de sus dedos. De ese modo descubrió a Catalina, apenas asomada al muro.

-Pe pe pe pe…ro ya ya ya… me me me…

-Alfonso, ¿es usted?

-Sí, sí, sí… so so… soy yo. Y us us us us… ted, ¿es us us us, ted?

-Sí, soy yo. ¡Somos usted y yo! Entre ya mismo, necesito que me ayude con los últimos preparativos para el gran juego de naipes. ¡No pierda más tiempo!

-No sé preparar preparativos, digo, ayudar a ayudarla, digo…, mejor no digo.

-Voy a pedirle a Tantay que lo haga entrar sin problemas. ¿conoció a Tantay? Es el caballero delgado que lo ayudó a salir del castillo. ¿Se acuerda?

-El esquelético…

-Es uno de nuestros jardineros, el mejor de todos.

Catalina escuchó: “zzzzzzzzzzzzzzzz”, casi dentro de su oído derecho. Manoteó buscando al mosquito. Pero no lo encontró… Hasta que nuevamente: “zzzzzzzzzzzzzzzz” sobre su oído izquierdo. Movió su cabeza y se le resbaló la corona. Al intentar agarrarla, perdió el equilibrio y Alfonso abrió sus brazos para atajar a la princesa. Ella le sonrió mostrándole sus dientes de conejo y él, de la emoción, se desmayó. Cataplum, los dos al pasto.

Catalina trató de reanimarlo: le golpeó suavemente la espalda, le pellizcó los cachetes, le gritó al oído, lo sacudió. Alfonso no abría los ojos. “¡Está muerto!”, se horrorizó la princesa y se puso a patalear.

Pero en ese momento se acordó de los cuentos de hadas; entonces, se inclinó sobre Alfonso: quizá el beso de una princesa lo despertara… Se estaba acercando, cuando un mosquito se posó sobre aquella real y respingada nariz y la hizo estornudar sobre la cara del mensajero. Sin más demora, ella lo limpió con su pañuelo y lo besó.

Los cuentos de hadas funcionan: Alfonso sintió una sopapa en los labios y abrió los ojos.

 

 

CAPÍTULO 13

 

 

Todo estaba preparado para el gran juego. Los servidores habían dispuesto lo esencial, los banquetes estaban servidos. Una orquesta ensayaba en el gran salón. La música se expandía por todos los rincones y contagiaba a quienes la oían. Alfonso y la princesa entraron al salón principal del castillo al son de una alegre melodía y juntos crearon una coreografía: tres pasos para adelante, movimientos de cintura, dos saltos para atrás, pataditas con la pierna para el frente…

De repente, la música cambió y ellos perdieron el paso. Alfonso y Catalina vieron al tigre caminando hacia los músicos. El director de la orquesta estaba de espaldas, de modo que no se percató del peligro. En cambio, los músicos comenzaron a temblar tanto que apenas podían tocar los instrumentos. El resultado fue una composición que parecía pedir auxilio de manera desafinada.

El director sintió las cosquillas de los bigotes de la fiera y dio un salto que le hizo volar la peluca y hasta la dentadura postiza. Se armó tal confusión que todos los músicos corrieron en dirección opuesta, chocándose entre sí, empujándose, cayéndose.

- ¡Yanti! -gritó Catalina.

El tigre, con paso majestuoso, se acercó a la princesa y se recostó en el suelo, custodiando a su dueña.

Unos instantes después, cuando todo se había calmado, el rey ingresó al salón seguido por sus diecisiete hermanas y vio al mensajero.

- ¡Por fin has llegado! Entrégueme los pergaminos y retírese de inmediato. Hoy nos encontramos sumamente ocupados.

Alfonso no dijo una palabra.

- ¿Qué le pasa? ¡Necesito esos pergaminos!

- De inmediato, Su Majestad.

La princesa rodeó al monarca entre sus brazos y lo besó en la mejilla. Cuando su hija lo besaba, el rey se olvidaba de todo. Y así fue…

Los músicos comenzaron a tocar una nueva melodía. Alfonso tembló al ritmo de las vibraciones del arpa y pensó: “¡Estoy perdido! Es el fin de la historia. Ahora viene la parte en que el rey me manda a matar y la princesa llora mi muerte hasta que un nuevo pretendiente la despose”. Pero en ese momento, un consejero irrumpió en el salón buscando al rey y ambos se retiraron con premura. El mensajero supo que se había salvado una vez más.

 


CAPÍTULO 14

 

 

 Llegaba la hora del gran desafío. Los carruajes se acercaban. Los músicos de la orquesta ya estaban preparados para recibir a los invitados, parados en los jardines del palacio a ambos lados de una larguísima alfombra gris. Bailarines y juglares también se acomodaron para el espectáculo.

Catalina le había entregado a Alfonso un traje de sirviente y un bigote postizo para que pudiera presenciar el evento sin que el rey lo reconociera. El maestro de ceremonia, que estaba al tanto de la situación, le indicó que tomara una enorme bandeja con frutas y se acomodara en una fila. Todo estaba perfectamente cronometrado. Cuando los primeros invitados fueron llegando, el plan se puso en movimiento: la música comenzó a sonar, bailarines y juglares emprendieron su rutina, Alfonso siguió a los demás sirvientes del palacio haciendo equilibrio con la bandeja. Juntos caminaron en zigzag, de manera ordenada, entre los invitados.

Los juglares, vestidos de rojo y con grandes sombreros negros, abrieron sombrillas para acompañar a las damas en el trayecto hacia la entrada del castillo. Los caballeros fueron tras ellas.

Cuando los invitados estuvieron acomodados en la mesa para el banquete, el rey hizo su entrada acompañado por su hija, su madre y las diecisiete tías, que entraron hablando a los gritos. No se escuchaba ni a la orquesta. El director le indicó al músico más bajito que resolviera la situación. Este se trepó a una columna e hizo sonar su trompetita, que era mucho más chillona que las voces de las tías. En el momento en que se hizo el más absoluto silencio, un consejero anunció el discurso y le entregó al rey un largo pergamino.

El rey leyó un discurso que hablaba de la paz entre los pueblos vecinos, de la necesidad de los monarcas de luchar por algo y de la posibilidad de entablar combates sin sangre. Primero, leyó sin prestar atención a lo que decía. Cuando se dio cuenta del error, se quedó en silencio unos minutos. Catalina se dio cuenta del error, se quedó en silencio unos minutos. Catalina lo rodeó con sus brazos y él se olvidó de todo… Volvió a leer acerca de la lucha en juego de naipes y la posibilidad de ser buenos competidores, ganando guerras y perdiéndolas.

Catalina lo besaba cada tres minutos y él volvía a leer. Concluyó ofreciendo un trato: no más luchas en tierra, solo combates en juego de naipes.

Nunca nadie había visto tantas caras de sorpresa frente a un rey que terminaba su discurso. Primero, los invitados se quedaron serios, luego algunos fruncieron el ceño y otros se agarraron la cabeza. Hasta que un grupo de mosquitos decidió hacer algo bueno por Alfonso. Le hicieron cosquillas por todo el cuerpo. Él comenzó a reír a carcajadas.

Catalina lo miró. No sabía qué le pasaba, pero también se rio a carcajadas. La siguieron las diecisiete tías, la abuela, los músicos, los bailarines, los juglares y el huesudo que observaba escondido detrás de un cortinado. Rieron los invitados y, por último, el rey.

Todos firmaron el tratado, y luego del banquete comenzaron las guerras entre espadas, palos, copas y oros.

 

EL MENSAJERO DEL REY de Mariana Kirzner. CAP. 15

 


CAPÍTULO 15

 

Unos meses más tarde, Catalina y Alfonso se casaron y se fueron de luna de miel. Los acompañaron el caballo, el tigre y varios mosquitos. Después de mucho andar, llegaron a unas tierras verdes y prósperas, a orillas de un río, donde decidieron construir una casa con sus propias manos. “¡Ahora sí me voy a morir!”, pensó Alfonso, “Se me podría caer una madera en la cabeza o me podría dar un martillazo tan fuerte que… o…”. Pero no pudo seguir pensando, porque sintió una sopapa en la boca.

 



EL MENSAJERO DEL REY de Mariana Kirzner. CAP 10 y 11

 


CAPÍTULO 10

Alfonso subió los escalones interminables y fue escabulléndose para que ningún servidor del palacio lo viera. Pasaron horas hasta que encontró la salida a los jardines del castillo. Mientras corría para escaparse, una rama se le enganchó en la chaqueta y tuvo que hacer algunas maniobras para zafarse, pero no vio el tronco que estaba en el suelo y se tropezó cayendo de cara al pasto. Su nariz aterrizó dentro de un hoyo de hormigas coloradas. Los pinchazos hicieron que la nariz se hinchara al doble de su tamaño. La picazón lo estaba volviendo loco; entonces esbozó un grito, pero una mano le tapó la boca y se chocó con unos ojos de huevo frito que sobresalían de una cara esquelética. Esa mirada lo decía todo. ¿Sería su final? ¡No se había despedido de la princesa!

El hombre le inmovilizó los brazos y lo llevó a través de los jardines.

La nariz de Alfonso seguía creciendo. No podía rascarse y la desesperación lo desencajó de tal manera que nada le importó. Se lanzó sobre el hombro del huesudo y comenzó a refregar su nariz para un lado y para el otro. El hombre no dijo nada, pero lo empujó y se limpió el hombro con cara de asco.

El esquelético le hizo señas para mostrarle una salida. También le indicó que se quedase en silencio. Luego se acercó a unos guardias e intercambió con ellos varias señas. Por los movimientos de las manos, Alfonso comprendió que aquel hombre era mudo. Los guardias retrocedieron y dejaron la salida libre.

Antes de que Alfonso se fuera, el huesudo le entregó un mapa con el camino que debía tomar para llegar al río. También le trajo a su propio caballo, el que el mensajero había dejado atado en la entrada del castillo, provisto de alimentos y dos cantimploras.

Alfonso se dio cuenta de que se había equivocado al juzgarlo.

Se rascó la nariz nuevamente, pero esta vez con la manga de su camisa. Y salió corriendo.


CAPÍTULO 11

Alfonso cabalgó junto a su fiel compañero durante mucho tiempo. Luego paró a descansar a orillas del río. Se recostó y miró el cielo. Parecía que pronto iba a llover. Las nubes se unieron para formar la silueta de una joven hermosa, hermosa como la princesa…

El mensajero ordenó los pergaminos, reorganizó su itinerario de viaje y partió a entregar las invitaciones para el juego de naipes.

El viaje transcurrió sin complicaciones, aunque con la compañía de algunos mosquitos molestos. En los pueblos, Alfonso fue bien atendido y su caballo recibió agua. Hasta el momento, todo había sucedido como Catalina lo había previsto.

¿Se animaría a regresar al castillo, ahora que había retomado su vida de mensajero?

“¿Qué hago? ¿Qué quiero? ¿La quiero? ¡Qué pregunta tonta! ¿Cómo voy a querer a una princesa?”

 

 

jueves, 3 de marzo de 2022

EL MENSAJERO DEL REY de Mariana Kirzner. CAP 7

 



CAPÍTULO 7

Alfonso aún estaba paralizado del susto, pero de algún modo bajaba en forma mecánica por la escalera interminable.

Catalina le había dicho que podía guarecerse en el castillo, pero nadie debía notarlo. De modo que esta fue la explicación que le dio: “Vaya derecho. Abra la puerta de madera que tiene dos flores talladas. Ahí hay un armario. Entre. Mueva la soga colgada junto al vestido amarillo. Se abrirá un pasadizo que lo llevará a una escalera. Baje”.


Agotado, se sentó en un escalón y miró hacia abajo. Sintió vértigo. Miró hacia arriba, pensó volver, pero siguió avanzando … Apenas el mensajero pisó el suelo de un enorme lugar oscuro, abarrotado de muebles tapados con telas y objetos cubiertos de polvo, escuchó: “zzzzz … zzzzz…” alrededor de su oído izquierdo. Movió la cabeza con desesperación.


Escuchó: “zzzzz… zzzzz…” alrededor de su oído derecho. Corrió y saltó enloquecido. Tropezó con sillones, tiró jarrones y se llevó por delante varias sillas, pateó una puerta, resbaló con una alfombra y terminó desparramado sobre un baúl antiguo.


Allí, escondido, pasaría la noche. Una larga noche: no iba a poder dormir en ese sótano oscuro, lleno de pasadizos y puertas cerradas. Se dio cuenta de que no había ventanas, pero… “¿Por dónde entraba ese haz de luz?”.


Fue en busca de una respuesta: a través de la hendija de la cerradura de una puerta. Alfonso tembló. Pensó en el hombre esquelético. “¿Será este su escondite, el lugar donde elabora sus conjuros y maleficios?”. Nadie se lo había dicho, pero estaba seguro de que e huesudo era un brujo diabólico, y por eso rondaba entre los muertos.


Alfonso espió por la cerradura y se encontró con otro ojo. Se agachó, y esperó en silencio hasta que se atrevió a mirar de nuevo, pero ya no vio nada. En ese preciso momento, alguien abrió la puerta.


-Es es es …


-Deje de tartamudear y preste atención -lo sorprendió la voz de Catalina.


-Pe pe pe … ro ro ro… pop o por…


-Tranquilícese, llegué aquí por la puerta secreta.


-No me gusta este lugar… Voy a tener pesadillas.


- ¡Cómo me gustaría tener pesadillas! De chica las tenía, pero un día mi padre me las prohibió.


-Pero ¿Cómo hizo?


-Una doncella me despierta en lo terrible del sueño. ¿A usted le parece? ¡Perderme lo mejor!


-Me parece … buena idea.


-De todos modos, las pesadillas no son tan terribles como la guerra. O, mejor dicho, la guerra es una pesadilla hecha realidad. Nosotros la vamos a impedir.


-No entiendo, Su Majestad -dijo Alfonso - ¿A quién se refiere, cuando dice “nosotros”? ¿Qué vamos a impedir?


-Vamos a hacer que la guerra se pierda o se gane sin guerra.


- ¿Qué dice? Me voy a poner tartamudo otra vez. Es el mi mi mi… edo…


-Sígame, le voy a mostrar algo.


Catalina fue hacia el antiguo baúl. Lo abrió. Allí había muchos mazos de naipes.


-Eran de nuestros familiares. Fueron traídos de diferentes reinos. ¿Juega un partido conmigo?


-No sé jugar.

jueves, 24 de febrero de 2022

EL MENSAJERO DEL REY de Mariana Kirzner. CAP.6

 





CAPÍTULO 6

Entraron al castillo por una de las tantas puertas traseras. Alfonso siguió a Catalina. Atravesaron infinitos pasillos decorados con cuadros y obras de arte, empapelados majestuosos y cortinados, hasta que por fin Catalina abrió la puerta de una habitación en el primer piso.

-Espéreme aquí.

-No tarde, señorita Catalina.

La habitación lo estremeció. Las paredes eran del color de la sangre. Alrededor de una cama había candelabros con velas negras.

“¿Qué puedo hacer para ser un poco más valiente?”, pensó Alfonso. La repuesta le surgió de inmediato: “Nada”.

Por su cabeza nuevamente se asomaron pensamientos tenebrosos: “Es la habitación de la muerte, del huesudo. La princesa me ha engañado entregándome al muerto vivo. Debo escapar. En cualquier momento va a entrar moviendo su cuerpo esquelético, debo reaccionar con rapidez”.

Salió y corrió sin rumbo por los pasillos interminables que lo llevaron hasta un enorme salón con cinco escaleras.

Escuchó un rugido. Lo oyó nuevamente, más cerca. Parecía que un animal hacía sonar sus pezuñas contra el piso de mármol.

Alfonso se quedó paralizado, mientras esperaba que la desgracia lo sorprendiera. Y así fue. Un tigre de bengala blanco atravesó la puerta y al descubrirlo le mostró sus enormes colmillos.

Alfonso retrocedió lentamente a una de las escaleras. Subió un escalón, sin dejar de mirar al felino. El animal se aproximó. El mensajero saltó hacia el cuarto escalón y el tigre se lanzó al ataque contra el desconocido.

Alfonso trataba de evitar caer en sus fauces empujándolo del cuello, pero al ver de cerca aquellos colmillos, se desvaneció.

- ¡Yanti! ¡Yanti! -gritó Catalina.

El animal dejó su presa y fue hacia la princesa.

-Es un buen hombre … No me va a nacer nada.

El tigre se tranquilizó y se recostó en el piso. Ella corrió hacia la escalera. Alfonso abrió los ojos, se miraron en silencio. Luego ella le contó que tenía un plan para detener la guerra.