viernes, 4 de septiembre de 2020

"El traje nuevo del emperador" de Hans Christian Andersen

 


Hace muchos años había un Emperador a quien le gustaba lucir cada día un traje nuevo. No le interesaba el teatro ni los paseos; solo disfrutaba de elegir sus prendas.
Gran cantidad de viajeros visitaban la ciudad donde reinaba el Emperador. Una vez llegaron dos estafadores que decían que eran tejedores; aseguraban que podían hacer bellas telas y que sus prendas tenían una virtud: eran invisibles para los que no eran aptos para sus trabajos o que eran poco inteligentes.  

“¡Deben ser unos trajes magníficos!” -pensó el Emperador-. “Si los tuviese podría saber qué funcionarios no son aptos para el cargo y distinguir entre los inteligentes y los tontos”.
Entonces, ordenó: - ¡Preparad todo para que estos tejedores produzcan sus telas!
Envió dinero para pagarles el trabajo y los dos pícaros armaron un telar y simularon que trabajaban; pero no tenían hilos, ni lanas en la máquina. Solicitaron sedas finas y hebras de oro. Pero escondieron el dinero, las sedas y los hilos de oro en un lugar secreto y fingieron que trabajaban en los telares hasta muy entrada la noche.
Pasados unos días, pensó el Emperador: “Quisiera saber si ya han tejido una parte de la tela”-. Pero no se decidía a visitar él mismo a los falsos tejedores, prefirió enviar primero a su viejo Ministro para que averiguase cómo lucían las telas.
El Ministro se presentó en el taller. Los dos embaucadores parecían trabajar en sus telares vacíos. “¡Qué es esto!” -pensó el Ministro - “¡No veo nada!”. Pero guardó silencio.
Los tramposos le preguntaron si no le parecía magnífica la tela. El anciano solo veía el telar vacío porque estaba vacío y sentía una gran preocupación. “¿Seré tonto acaso? ¿O seré inútil para mi cargo de Ministro?” -pensaba-.
Uno de los tejedores le nombraba los colores del hilado invisible: - ¿Le gustan el ocre y el púrpura, señor Ministro? -¡Oh! -respondió él-. Diré al Emperador que me han gustado mucho los colores. Y así lo hizo.
Los estafadores pidieron entonces más dinero, seda y oro para seguir tejiendo. Ni una hebra se empleó en el telar. Ellos continuaron simulando que trabajaban.
El Emperador envió a otro funcionario a observar la tela y a informarse sobre cuánto faltaba para que estuviera lista. Al segundo funcionario le ocurrió lo mismo y pensaba:-“Yo no soy tonto y no quiero perder mi trabajo. Mantendré silencio y nadie se dará cuenta”. Entonces habló
maravillas de la tela que no veía. –¡Es admirable! –decía.
Todos los pobladores hablaban de la tela. Un día, el Emperador quiso verla y se dirigió junto a su comitiva hacia el lugar donde trabajaban los pícaros. Al llegar, los dos continuaban tejiendo sin hebras ni hilos.

– ¡Qué admirable! -exclamaron varios.
– Observe, Majestad, los dibujos –comentaban creyendo que los demás veían la tela.
“¿Qué es lo que ocurre? -pensó el Emperador-. ¡No veo nada! Sería espantoso que el pueblo pensara que no sirvo como Emperador”.
– ¡Oh, sí, es muy bonita! -dijo-. Con alegría miraba el telar vacío para no confesar que no veía nada. Todo el mundo parecía encantado.
Un secretario le aconsejó al Emperador:-¡Ordenad a los tejedores que se apresuren!
El Emperador deseaba estrenar los trajes en la fiesta del pueblo que se celebraría en pocos días. Los falsos tejedores prometieron que estarían listos para el desfile.
Durante la noche anterior a la fiesta, los embaucadores mantuvieron muchas lámparas encendidas.
Simularon quitar la tela del telar, hicieron de cuenta que cortaban con grandes tijeras y se los veía coser con agujas sin hilos. Al amanecer, exclamaron: -¡Por fin, el traje está listo!
Llegó el Emperador junto a sus caballeros y los dos mentirosos, levantando los brazos como si sostuviesen algo, fueron anunciando:
– Estos son los pantalones.
– Aquí le alcanzamos a Su Majestad la casaca de oro. 
– Sostened vosotros el manto…
A unos y a otros les iban explicando: -Como todos podéis ver, las prendas son livianas como si fuesen alas de mariposas, es como si no se llevara nada sobre el cuerpo.
¡Sí! -asintieron los cortesanos, a pesar de que no veían nada.
– Por favor, Majestad –dijeron los dos bribones-. Quítese usted el traje para vestirse con el nuevo.
El Emperador se quitó sus prendas y los dos simularon ponerle los pantalones, la casaca y el manto. Uno de ellos tomó al Emperador por la cintura, hizo como si le atase algo alrededor de ella y exclamó: -Observe, Majestad, en el espejo, el extraordinario largo de la cola.
El monarca daba una y otra vuelta ante el espejo. -¡Qué bien le sienta! -exclamaban todos-.
¡Es un traje precioso!
– El desfile está a punto de empezar– anunció el maestro de ceremonias.
– Muy bien -dijo el Emperador-. Los encargados de sostener la cola bajaron las manos al suelo como para levantarla y avanzaron como si verdaderamente la sostuvieran.
Ninguno quería confesar que no veía nada. El Emperador avanzó mientras el pueblo desde la calle, decía: -¡Qué preciosos son los vestidos! ¡Qué cola magnífica!
Nadie deseaba que los demás lo consideraran incapaz o poco inteligente. Ningún traje del Emperador había tenido tanto éxito como aquel. 

– ¡Pero si no lleva nada! -exclamó de pronto un niño.
Desde ese momento, todo el mundo comentaba en voz baja: -¡Un niño dice que el Emperador está desnudo!
– ¿Escucharon al pequeño?- preguntaban algunos-. ¡Dice que el Emperador no lleva nada!
– ¡Pero si está desnudo! -gritó, al fin, el pueblo entero.
Aquello inquietó al Emperador pues se daba cuenta de que el pueblo tenía razón. Pensó entonces:
“Debo seguir hasta el fin de los festejos”. Y continuó más altivo que nunca mientras los ayudantes continuaban sosteniendo la cola invisible de su traje.

Versión libre de “El traje nuevo del Emperador” de Hans Cristian Andersen.

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                         https://youtu.be/dYR9ZSmLgZs

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