-Qué bien te
salió la cursiva – me dijo Rocío, porque creo que era la primera vez que se
podía leer algo en mi cuaderno.
-Manuel está
mejorando mucho en la escuela -le dijo mamá a la vecina, y me dio un poco de
orgullo y otro de vergüenza.
Después
salimos con papá, pero paramos en una plaza sin escaleras ni torre que estaba
detrás de la estación.
- ¿Por qué
no paramos en la torre? – le preguntamos desilusionados. ¡Era la parte del
paseo que más nos gustaba!
- Es que…-
papá se puso colorado como le pasaba cuando se enojaba por algo-, parece que no
tenemos derecho a pararnos donde queremos. Nos pidieron los agentes de tránsito
que con los carritos paráramos en este lugar.
Desde esa tarde,
ya no nos entusiasma tanto el paseo en el carro y nos quedábamos en casa.
Por la
noche, Rocío se pasaba a mi cama y me enseñaba cómo sonaban las letras cuando
iban juntas. Hasta que una vez llegó a explicarme cómo se leían dos consonantes
juntas con una vocal, eso que me resultaba tan difícil, y me daba un ejemplo
con una palabra:
P-R-A PRADO
P-R-E PREMIO
P-R-I PRIMERO
Y cuando
ella dijo “P-R-O” yo grité “PRÓCER”, porque me acordé de Manuel.
Después se
fue a su cama y, mirando la revista, descubrí unas letras que decían “CABALLO” y
“BATALLA”. No dije nada. Me dormí contento pensando en que yo también podía
lograr cosas como Belgrano.
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