El día que Omar se fue de vacaciones a la casa de su tía Poli, en el campo, amaneció lloviendo.
La terminal de ómnibus estaba repleta de gente y la madre de Omar un poco angustiada. Era la primera vez que su hijo se iba de la casa por muchos días. Subieron juntos al micro y, después de encontrar butaca, lo abrazó, lo besó una vez más y le dijo:
- Si extrañás, te volvés.
Eso era exactamente lo que el padre de Omar no quería que ella dijera.
Cuando su madre se bajó, Omar comenzó a buscarla entre la gente que había rodeado el micro saludando a los que partían, pero no la veía por ningún lado. ¿Adónde se había metido?
Cerraron la puerta del ómnibus.
Recién cuando se puso en movimiento y se alejaba de la plataforma, Omar vio que alguien pegaba saltitos con el brazo en alto. Le pareció que era su mamá, porque esa mujer también tenía una campera azul.
Levantó la mano para saludar, pero el ómnibus ya giraba y esa mujer desapareció de su vista.
La tía Poli vivía en Obispo Trejo, en un campo que había comprado cuando regresó a Córdoba. Nadie de la familia la había visitado, hasta ahora. Al padre de Omar se le ocurrió que su hijo podía pasar sus vacaciones con ella. Su madre no estaba segura.
Hacía algunas noches habías discutido fuerte. Ella decía que no era una buena idea que fuese solo. Él insistía que a esa edad él pasaba temporadas en el campo de su abuelo, y que era algo natural, saludable. Dijeron otras cosas que no alcanzó a escuchar.
También Omar se sentía raro al irse de su casa, de vacaciones, solo. Todo eso lo había puesto un poco nervioso. Pero no quiso demostrarlo. Y ahora, en el ómnibus, recordó una cosa que su padre había dicho aquella noche:
"No puede pasarle nada" .
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