Omar se bajó del ómnibus y miró hacia todos lados. Se suponía que su tía Poli lo esperaba.
Pero allí no había nadie.
El ómnibus arrancó. La terminal de Obispo Trejo era una galería techada y dos bancos. Enfrente se veían algunas casas y un colegio rodeado de árboles, desierto en esa siesta de verano. Las calles eran de tierra y tenían algunas lagunas de la lluvia de esa mañana.
Tampoco había nadie en las calles.
Omar se quedó en la terminal, de pie, con la mochila en la mano, pensando que no tenía que preocuparse.
Arriba el cielo se había despejado en parte, pero unas nubes poderosas amenazaban más lluvia.
¿Algo había salido mal? ¿Por qué su tía no estaba ahí?
Decidió tranquilizarse, pensar en otra cosa, en la tía, que vendría de un momento a otro.
A la tía Poli la había visto una sola vez, cuando era chico, en el velorio del abuelo. La recordaba linda, con el pelo largo, más joven que su mamá y sus otras tías, y distinta. Esa tarde lo había abrazado y le había dicho que se podía llevar adentro a los que queremos. Que lo único que hacían los muertos era dejar de estar afuera. Su mamá, en cambio, le dijo que el abuelo se había idoal cielo, y que tenía que ser fuerte.
La madre de Omar nunca se había llevado muy bien con la tía Poli. Aunque eran hermanas, eran totalmente diferentes.
Omar había escuchado que cuando la tía era joven se hizo hippie. Entonces decía que todos estaban equivocados, que la vida tenía que vivirse de otra manera, y un día se fue de la casa. Su madre le contó que el abuelo llamó a la policía y la trajeron, pero que a los dos días se fue de nuevo, y ya no volvió. Con los años se supo que había vivido en una colonia de indios mapuches, en el sur, que había aprendido a fabricar instrumentos musicales, y que había trabajado para una fundación que protegía las ballenas.
"Y vino para enterrarse en el campo, más sola que un perro", dijo su mamá a una vez.
En ese momento vio que se le acercaba un sulky tirado por un caballo marrón. Arriba venía una mujer.
Omar se quedó quieto. Habían pasado años desde que la había visto,, pero esa mujer no se parecía a su tía Poli. Sin embargo, el sulky era lo único que se movía a esa hora en Obispo Trejo, en dirección a él, y ella estaba sonriéndole:
- ¡Omar!
Como llevaba un sombrero, atado con un pañuelo, Omar no veía bien su rostro. Pero esa mujer era gorda, y estaba seguro de que su tía era delgada. El caballo se detuvo y resopló.
- ¡Disculpame la demora! Espero no haberte preocupado... - exclamó ella mientras se bajaba del sulky con dificultad. Entonces se acercó y después de mirarlo un instante, dijo:
- ¡Mirá que estás grande...!
Y lo abrazó.
No era como la recordaba, pero era ella.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario